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Un mundial de Mierda.

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 "Este Mundial va a ser una mierda" es un pensamiento recurrente en mi cabeza. En el trabajo, en mi casa, en el colectivo, en reuniones con amigos, incluso un momento después de que abro los ojos a la mañana. La gente está emocionada, la selección ahora es la escaloneta en honor a su director técnico que se apellida Escaloni, que se hizo cargo del puesto cuando las papas quemaban y logró que después de muchas finales perdidas, volviera a levantar una copa. Messi ganó su sexto balón de oro o séptimo, no sé bien, nunca me intereso saber tanto. Si sé, que a sus miles de trofeos puede agregarle orgulloso el de campeón de América. El país está hundido en una espantosa crisis y es por eso que de forma  casi mecánica la esperanza de que este año tenga alguna alegría, es que la selección sea campeona del mundo. Existe una fe entre brillante y absurda en la gente, pero para mí el mundial va a ser una mierda, y no es porque no crea en ellos, tampoco porque dude de sus capacidades. No.

Hermenegildo.

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Dejo correr el agua para que se caliente mientras me cepillo los dientes. Poco a poco se va llenando de vapor el baño y con el espejo empañado, solo puedo ver una figura borrosa con algunos colores distorsionados. "Debería lavarme los dientes en la ducha", pienso siempre. No sé porque no lo hago, es probable que nunca lo haga. Para volver a mi habitación tengo que cruzar por el pasillo lleno de cajas de mi última mudanza, que están igual que con el tema de lavarme los dientes en la ducha, nunca las desarmo. Hay días en los que las cajas parecen aumentar su tamaño y ocupan más y más espacio, sin embargo, sigo sin tener valor de desarmarlas. Prefiero que sigan cerradas, no me siento tan sola si las cajas siguen en su lugar. La única que me atreví a abrir fue la de los utensilios de cocina. Me gusta tomar mate con la mirada perdida en algún mosaico y a mi gato le gusta tomar sol en la mesada, porque hay un ventanal que ilumina todo en invierno. La cocina es el único lugar que se

Las heridas de tu presencia.

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Todavía me quedan las heridas de tu presencia. A veces duelen, otras pican y otras arden. Tienen las formas de tus manos rodeando mis caderas, la de tu boca recorriendo mi columna, las de tus ojos mirándome entre la gente de forma cómplice. A veces sangran y es difícil detener la hemorragia, porque brota por todos lados a borbotones como flores rojas en primavera. A veces solamente están ahí, rosadas y brillantes, recordándome que alguna vez estuviste en mi. Aun no sé como hacer para que no se note tu presencia en mi cuando te cruzo en lugares comunes, no quiero que nuestros amigos vean tus ojos de color miel buscando mi mirada que intenta ocultar que ya no te tiene.  Y a la mañana cuando me despierto y miro al techo tocándome las caderas me doy cuenta de que sos lo primero en lo que pienso y lo último antes de dormir. Todavía me quedan las heridas de tu presencia, pero espero que algún día solo sean cicatrices o indiferencia. 

Ojos Tan Verdes.

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Sé que en ocasiones te preg untás por qué hago lo que hago. El recorrer los bosques, en total oscuridad. Pero te preguntás por qué haces lo que haces? Te explicaría por qué lo hago yo, pero no lo entenderías. No entenderías lo que se siente verla en la oscuridad, con su pelo negro ensortijado y su piel blanca. No entenderías que ahora el bosque es un lugar donde cierro los ojos y huelo su perfume. Porque antes lo olía y era el olor del fracaso. De noche tras noche, escapándose. Pero una noche la suerte o tal vez la fatalidad, la trajo a mí. Era una noche cubierta por una cortina espesa de niebla, y el frío calaba los huesos. Olí su perfume en el aire y pude escuchar su respiración agitada, había perdido su rumbo. Se había cruzado conmigo. Ojalá hubieses estado ahí, ojalá hubieses visto su expresión cuando oyó mi voz por primera vez. Sus ojos se llenaron de lágrimas, se quedó paralizada por unos instantes, me había esquivado tanto tiempo que cuando me tuvo en frente, no

Beto.

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Beto era un viejo gato gris. Le faltaba el ojo derecho, y su maullido era más bien un sonido gutural, similar a un quejido. Siempre me miraba con su ojo bueno de la forma más amable que podía, pero su soberbia era más grande que su humildad. Pasaron tres semanas desde que apareció en mi balcón y un dìa dijo.. -Hola Maricel, soy Beto.- lamia sus patas y las frotaba sobre su cabeza -Me presento porque me parece muy grosero de mi parte seguir comiendo sin por lo menos ofrecerte una conversación inteligente por las tardes.- Al principio me resultó totalmente sorprendente, pero en el fondo presentía que los gatos hablaban, sólo que no con cualquiera. -Hola Beto… Supongo que tengo que agradecerte…- “¿Qué estoy haciendo?” pensé, estoy hablando con un gato, un gato que ni siquiera conozco. -¡Ja! La mayoría de la gente sale horrorizada cuando me escuchan hablar. La última vez que hablé, perdí un ojo. Mi antiguo dueño pensó que era un acto del diablo.- Dijo caminando hasta

Extracurriculares.

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-¿Y cómo es que pudimos vernos?- -La nena más chica no tuvo clases, es que este año empezó la primaria y tiene actividades extracurriculares además.- Respondió regulando la temperatura del agua de la ducha.- Pero hoy no, entonces me hice ese espacio para venir a verte.- Ella se sintió en la escena de un cuento bizarro, se mordió los labios y se tapó la cara con las sábanas como si estuviese avergonzada. -Que generoso que sos.- Dijo a modo de broma y se recostó en la exhausta sobre la cama. -Merecías que te cogiera fuerte.
Corre, Amor. Corre, ve y dile lo que sentiste conmigo. Dile que aún siente el sabor de mis labios, la humedad de mi lengua. El roce de mi cabello a la altura de tu ombligo. Ve y dile que tu cuerpo  ha estado experimentando sensaciones a las que estás dispuesto a renunciar por amor. Ve amor y cuéntale, que sin embargo tu cuerpo reacciona con solo pensarme. y como el temor de perderla te alejó de mi. Ve amor y cuéntale lo mucho que te asusta la intensidad  que existe cuando nos vemos porque crees que algo, No. Mejor dicho todo. Podria irse de tus manos y ambos saldriamos heridos.  Ve amor y cuéntale, además,que extrañas esos  encuentros furtivos en lugares lejanos, dónde todo lo que reprimías con ella lo liberabas conmigo. Pero por sobre todo, amor, no te olvides de recordarle que la amas, como se ama a Dios. Sin esperar que te ame.