Beto.


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Beto era un viejo gato gris. Le faltaba el ojo derecho, y su maullido era más bien un sonido gutural, similar a un quejido. Siempre me miraba con su ojo bueno de la forma más amable que podía, pero su soberbia era más grande que su humildad.
Pasaron tres semanas desde que apareció en mi balcón y un dìa dijo..
-Hola Maricel, soy Beto.- lamia sus patas y las frotaba sobre su cabeza -Me presento porque me parece muy grosero de mi parte seguir comiendo sin por lo menos ofrecerte una conversación inteligente por las tardes.- Al principio me resultó totalmente sorprendente, pero en el fondo presentía que los gatos hablaban, sólo que no con cualquiera.
-Hola Beto… Supongo que tengo que agradecerte…- “¿Qué estoy haciendo?” pensé, estoy hablando con un gato, un gato que ni siquiera conozco.
-¡Ja! La mayoría de la gente sale horrorizada cuando me escuchan hablar. La última vez que hablé, perdí un ojo. Mi antiguo dueño pensó que era un acto del diablo.- Dijo caminando hasta donde yo me encontraba con la cadencia que caracteriza a estos bichos. Se froto en mi pierna, era una cosa peluda, suave y tibia, juro que hasta pude percibir el latido de su corazón.
-¿Te molesta que me suba a la mesada? Es que desde acá no puedo verte bien.- Preguntó y  sin esperar mi respuesta dio un salto perfecto, sobre la mesada, lo cierto es que jamás había tenido un gato y mucho menos uno que hablara, cualquiera fuese la relación que se diera de aquí en más, era algo totalmente nuevo para mi -Gracias…-Dijo con su voz grave y. Comenzó a recorrer la mesada buscando el lugar que mejor le quedará. 
-Supongo que de nada…- Dije y continué picando las verduras con una sensación rara en el estómago.- Seguramente eras igual de impertinente con tu dueño anterior y eso te costó el ojo ¿No?
-Un poco si.- murmuró sin siquiera dirigirme la mirada.- Pero ya te digo, me escucho hablar y no pudo soportarlo, enloqueció...¿Que cocinás? Insistió, como si quisiera evitar ahondar en el tema.
-Quiero tomar una sopa de verduras.- Lo sorprendí triunfal, se quedó en silencio, se volvió a sentar en el borde de la mesada y exclamó.
-Estás enferma.- Su cabeza ahora estaba bajo su pata trasera del lado derecho, trague saliva y detuve mi labor por un segundo, el suficiente como para que èl, se volviera a mi y murmurara.
-Es verdad… Lo estas, por eso tu comida parece de hospital.- Acotó segundos después. 
-Me estoy cuidando un poco, mi cuerpo no está funcionando bien y además esto no es asunto tuyo..- Fue todo lo que atiné a responder -¿Vos cómo sabés que lo que es la comida de hospital? se bajó de la mesada y se recostó sobre el respaldo de
-Viví un tiempo en uno con mi primera dueña, una nena de 9 años. La internaron por una enfermedad rara, no recuerdo su nombre, pero recuerdo que no podía respirar.- No podía descifrar sus sentimientos reales respecto a lo que relataba, pero el tono de su voz, se sintió diferente casi como un temblor.
-Oh…¿y qué le pasó?
-Murió y me dejaron abandonado en ese hospital, los de la cocina me daban de comer y casi siempre era comida como la que vos comés ahora, sin gusto a nada.- Mi primer instinto fue acariciar su cabeza con suavidad.
-Oh… lamento lo de tu antigua dueña.
-Yo no, los humanos mueren jóvenes, parece. - Respondió rodeando sus patas con su cola peluda al sentarse una vez más.
-Y  vos cuántos años tenés?
-Cuarenta y nueve.. pero me veo como de cuarenta, ¿no creés?- Cuando lo dijo, ladeo la cabeza y hubiese jurado que en su cara se dibujó una sonrisa, pero no era posible, hasta donde yo sé, los gatos nunca sonríen.
-Wow… sos mucho más viejo que yo…
-Así y todo te vas a morir antes que yo…- Sentí un dolor en medio del pecho al oir esas palabras, sentí ganas de pegarle con la cuchara de madera y sin embargo solo dije
-No me alienta mucho lo qué me decís.
-No es mi intención… sólo digo las cosas que percibo.
-Ahora entiendo porque te arrancaron el ojo. ¡Bajate!.- Estoy segura de que el tono agudo de mi voz, se escuchó en toda la cocina.
-¿Te ofendí?- preguntó Beto pegando un salto perfectamente calculado.
-Sos un gato medio ciego ¿Por qué me ofendería?
-No seas cáustica, Maricel, está todo bien, cáustica. - El tono de su voz ahora era un poco más jocoso.
- ¿Vos pensás pasar la noche acá?
-Tu cama parece confortable y es grande. Además afuera hace frío y solo soy un pobre gato gris, tuerto y viejo.
-Mmm, creo que te estás tomando demasiadas atribuciones solo porque te di de comer dos o tres veces.- Beto se frotó en mis piernas como si masajeara su lomo con mis pantorrillas.
-Los gatos somos así, Maricel, no debería sorprenderte que use tu cama, tu sofá, tu jardín. Te estoy dando la posibilidad de tener compañía y buenas charlas.
-Ah, sos bastante soberbio…
-Bueno, sí. Soy un gato…
Las siguientes noches fueron parecidas, llegaba a casa y ahí estaba Beto, durmiendo en el sofá y a veces mirando Los Simpson, otras las noticias y quejándose de la forma en que los medios las manipulan; pero la mayor parte del tiempo escuchando blues, era un gato bastante más melancólico de lo que creía, sobre todo para ser tan soberbio.
-Maricel...- dijo subiendo a la mesada mientras cocinaba.-Deberías conseguirme un celular.
-¿Un celular?¿Por qué te daría un celular?
-Porque a veces llaman por teléfono y no sé qué contestar.
-Es increible que tenga que decir esto pero no atiendas más el teléfono.- Sentí sus pasos suaves perseguirme hasta el sillón.
-Maricel, el otro día llamaron de una empresa de cable y ofrecían una gran promoción, y tuve que decirles que no, porque vos no estabas, pero si me conseguís un teléfono…- Me resultaba gracioso que su preocupación pareciera tan verídica.
-¿Por qué no hacés como el resto de los gatos y dormís hasta que yo llegue?.- Beto, clavó su mirada odiosa en mi.
-Que tontería, ningún gato duerme tanto. Es todo mala publicidad que nos hacen, como cuando nos acusaban de brujería y esas cosas.
-¿Al menos sabés escribir?
-Sé leer, pero no puedo escribir, sin embargo te puedo mandar mensajes de audio por WhatsApp.-
-Lo voy a pensar…
Y lo pensé. 
Beto aprendió rápidamente a usar el celular y mandar mensajes de audio. Teníamos largas conversaciones basada en los libros que estaba leyendo. También me pidió que programe el comando de voz de la notebook. Su nuevo objetivo era escribir una novela sobre drogas y corrupción policial.
-Maricel.- murmuró una noche acurrucado en la almohada junto a mi cabeza.
-¿Qué?
-¿Ya te dijeron los medicos si te vas a morir?
-No, Beto, pero no me queda mucho tiempo.
-Qué mal… sos la única de todos los humanos que conozco que me cae bien.
-Vos también me caes bien.-
Las semanas transcurrieron con normalidad. Bah, si se le puede llamar normal a un gato sentado sobre la mesada, explicándote por qué la discografía de los Beatles debería ser llevada en una cápsula hacia una nueva civilización, o lo mucho que apreciaba el silencio porque el mundo le parecía demasiado violento.
La mañana del 26 de octubre de 2018, fue una de las últimas veces que Beto me dirigió la palabra.
-Maricel, ¿por qué no le decís a tu familia lo que te está pasando? ¿Tenés familia?- preguntó sentado sobre una silla llena de ropa. Si fuera posible, se veía más grande, más peludo y más gris.
-No es de tu incumbencia. Deberías saber a esta altura que la curiosidad mató al gato.
-O en mi caso lo dejó tuerto.- dijo bostezando con tantas ganas que pude contar todos los dientes en su pequeño hocico.
-Y si seguís curioseando vas a quedar ciego como el viejo Manuel.
-¿El de la esquina?
-Sí.- respondí y salí corriendo a vomitar.
-Qué asco, Maricel ¿No podés hacer nada con esas nauseas?.- dijo Beto, sentado junto al inodoro con esa mirada llena de desprecio típica de los gatos -Y deberías empezar a pensar en comprarte una peluca.  En MercadoLibre vi pelucas muy geniales incluso, las hay de colores brillantes, no te vendría mal un cambio de look.- Beto no poseía tacto alguno y eso a veces podía sacarme de quicio con facilidad.
-¿Podés cerrar un poco el orto? ¿No te das cuenta que estoy dejando el estómago en el inodoro?- el ojo bueno de Beto se abrió sorprendido y sin emitir palabra se levantó y salió del baño.
Pasaron los días y Beto no volvió a dirigirme la palabra, se había vuelto un animal común y corriente, dormía, comía, maullaba y se lamía como el resto de los gatos.
-Beto ¿No pensás volver a hablarme?- pregunté una tarde con la esperanza de volver a oír su voz. Pero Beto se subió al sillón, se hizo una bolita y me ignoró. Era un gato ofendido y al parecer no hay nada peor que un gato ofendido.

“Hola, Maricel ¿Cómo estás? el tema es… hay algo que me hizo sentir incómodo, no sé, las formas, las maneras. No sé, pero no se trata de lo que uno hace mal… se trata de que cada uno es como es, y honestamente hay algo que me hizo sentir incómodo pero tiene que ver con cómo soy yo y como sos vos… algo no funcionó. Pero está todo bien”.
Fue su último mensaje en WhatsApp. Beto era un gran manipulador, un gato brillante, y no estaba dispuesto a renunciar a ello. Finalmente había vuelto a su vida de gato callejero, y sentí su ausencia, como era de esperarse, y extrañé conversar con él hasta altas horas de la noche; pero me quedaban algunas cosas, como audios con su voz, una novela escrita por él en la notebook, su celular en la mesada y la sensación de que  nunca más iba a regresar.

Gato de mierda, nunca debí dejarlo entrar.

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