Ojos Tan Verdes.






Sé que en ocasiones te preguntás por qué hago lo que hago.
El recorrer los bosques, en total oscuridad. Pero te preguntás por qué haces lo que haces?
Te explicaría por qué lo hago yo, pero no lo entenderías.
No entenderías lo que se siente verla en la oscuridad, con su pelo negro ensortijado y su piel blanca.
No entenderías que ahora el bosque es un lugar donde cierro los ojos y huelo su perfume.
Porque antes lo olía y era el olor del fracaso. De noche tras noche, escapándose.
Pero una noche la suerte o tal vez la fatalidad, la trajo a mí.
Era una noche cubierta por una cortina espesa de niebla, y el frío calaba los huesos.
Olí su perfume en el aire y pude escuchar su respiración agitada, había perdido su rumbo. Se había cruzado conmigo.
Ojalá hubieses estado ahí, ojalá hubieses visto su expresión cuando oyó mi voz por primera vez.
Sus ojos se llenaron de lágrimas, se quedó paralizada por unos instantes, me había esquivado tanto tiempo que cuando me tuvo en frente, no supo cómo reaccionar.
-Nunca había visto un lobo negro de ojos verdes- murmuró con la voz tomada.
Cuando una persona se asusta, no todas, pero algunas como ella, pierden el tono habitual de su voz, suenan distinto, no como las ovejas que vos solés cazar, no.
Suenan a miedo y ella estaba profundamente asustada.
-Nunca nos habíamos visto frente a frente.- le dije rodeándola, oliendo su cuerpo, saboreando el momento.
-Soy buena para evitar lobos negros de ojos verdes.- tragó saliva, y aunque sentí que se burlaba de mí, no le permití arrebatarme la sensación de satisfacción de por fin tenerla.
-No tanto.- murmuré resoplando cerca de su oído, el aroma de su cabello todavía presente en mi nariz; si pudiera explicarte cómo se siente, te aseguro que nunca lo olvidarías.
-Corré.- le dije, y ella no dudó ni un instante; soltó su canasta y empezó a correr.
Su cuerpo se enredaba entre los árboles y sus ramas, pero tenía tantas ganas de vivir que incluso cuando perdió su calzado no paró de correr.
Su capa roja se enganchó en las ramas y no paró de correr.
Sus piernas sangraban y no paró de correr.
-¿Qué querés de mí?- preguntó gritando hacia la nada.
No podía verme, estaba completamente a ciegas, lo cuál hacía que el olor a miedo fuese intenso, y ambos sabemos que el miedo endulza la sangre.
-No quiero nada y lo quiero todo.
-No voy a darte nada- respondió, como si fuese una cuerda que le permitiera aferrarse a la vida.
Son graciosas las personas, la mayor parte del tiempo se quejan de la vida, pero cuando les das la oportunidad de librarse de ella, no la quieren soltar.
Perdón,  me distraje, quería terminar de contarte.
Me acerqué muy despacio y la acorralé contra un árbol. El más grande del lugar, ese del que siempre dicen que tiene fantasmas.
Su sollozo era desgarrador, casi le tuve pena.
Incluso cuando me rogó, sentí culpa, pero el instinto pudo más.
Viste cómo somos nosotros, nuestra naturaleza es bastante traicionera.
Forcejeó unos instantes, pero mis dientes se hundieron en la piel de su garganta y sentí el sabor de la sangre caliente en mi boca.
Es un momento sublime.
La carne se desgarra formando pequeñas deformaciones similares a rosas floreciendo en primavera.
La piel se enfría, y si sos lento, las extremidades de endurecen; si se desangran rápido, se enfrían y el sabor cambia.
Supe que todo había terminado cuando sus pupilas se dilataron, como si su alma la hubiese abandonado.
Para fortuna de los dos, hay más caperucitas en este bosque…
Solo hay que saber esperar.

Ilustrado by @morto_qui_parla

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