Rendición

Se tiró al piso agotada de tanto correr. Sobre ella el cielo se extendía infinito y gris. No faltaban aquellos pájaros carroñeros dando vueltas, esperando a que se rinda. Lo cierto es que ya no sentía deseos de seguir luchando.
Todo lo que amaba, todo lo que le quedaba había sucumbido ante los hombres. Hombres sin alma, deseosos de satisfacer su ego, sus necesidades, sin importar el daño que causaban con su paso.
Claro que hubiese preferido que fuera algo más, algo como aquellos seres con los ojos vacíos que caminaban muertos y sin rumbo.
Al menos ellos no eran conscientes de sus actos, pues su única motivación era aquel instinto, el más primitivo de todos: buscar algo con qué alimentarse.
Mientras presionaba aquella herida sangrante en su vientre pensaba en dos cosas: continuar sin importar el dolor de sus heridas, algo que ya conocía o quedarse en aquel lugar esperando que la muerte se la lleve.
Teniendo en cuenta lo difícil que se había vuelto vivir o confiar, la segunda idea no le pareció tan descabellada.
Sintió cómo su cuerpo comenzó a adormecerse, como comenzó a dificultarse su respiración y hasta la forma en que su corazón dejaba de latir y por primera vez no hubo dolor, ni miedo, ni hambre o desesperación. Por primera vez sintió paz.

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