Sin promesas.
Tardaron un par de días en retomar la comunicación habitual, la seducción virtual. Algo había pasado. Sabían haber cruzado una barrera prohibida, saltado del puente sin la seguridad del bungee. No habían esperado lo que encontraron en el fondo del acantilado. Volvieron a hablar, de a poco; se lo dijeron, tímidamente. Luego lo analizaron en frío como quien disecciona un cadáver. Noches después, volvió la fiebre. Én la calentura del toma y daca virtual, él propuso un nuevo encuentro. Misma esquina, mismo hotel. Repetir para aminorar la excitación. Esta vez, más relajados (sabían a qué se enfrentaban) no esperaron a llegar a la habitación. En la cochera del hotel, en el auto, ella manoteó su sexo y le bajó la bragueta. Su boca no se hizo esperar. Tampoco los dedos de él en su entrepierna. Ella se atragantó a propósito. Él hurgó en su vagina, rápidamente húmeda, sus dedos se deslizaron como si nada. Ella siguió atrapando su verga con esa boca que él había extrañado. La incom...